Pintura sobre cobre o cuadro sobre cobre (expresiones usualmente acortadas por metonimia en "cobre", o especificadas en "óleo sobre cobre" o "cobre como lienzo"), es la modalidad de pintura en la que se producen cuadros al óleo sobre un soporte pictórico de cobre.
Las planchas finas y pulidas de cobre, primero martilleadas y luego laminadas (lo que permitía desde finales del siglo XVI un producto más fino y liso), eran asequibles (aunque más caras que lienzos y tablas) y fáciles de preparar para cuadros de formato reducido, y se utilizaron esporádicamente desde mediados del siglo XVI hasta el siglo XVIII (sin que haya una causa clara para la decadencia de su uso), sobre todo por los pintores de las escuelas italianas, escuela flamenca, holandesa y alemana;[1] para todo tipo de escenas (paisajes, retratos -sobre todo el retrato en miniatura-, obras religiosas -como los escudos de monja-), y particularmente para copias de obras maestras. A pesar de soportar mejor la humedad y otros riesgos de conservación, su mayor inconveniente era la adherencia de la capa pictórica, que tiende a desprenderse.[2] A diferencia de las tablas, no se agrietan ni cuartean. Su preparación es más sencilla y rápida que la que necesitan los lienzos, puesto que no absorben los pigmentos. Técnicamente permiten un colorido brillante[3] y un buen tratamiento del detalle; pues, al tener una superficie lisa y no absorbente, resulta una pigmentación intensa, con colores muy saturados, necesitándose muy poca cantidad de materia pictórica para obtener el efecto deseado.[4] Entre otras cualidades estéticas, se aprecia el brillo esmaltado en los acabados de óleo y la calidez de los tonos.[5]
Se han usado también con la misma finalidad otro tipo de láminas metálicas, como la plata y, a partir del siglo XIX, el zinc.[6]
Las láminas de cobre también pueden utilizarse para crear cuadros en relieve por el proceso de repujado.[7]
No se deben confundir estos usos con el de las láminas de cobre como planchas para la reproducción de los grabados (calcografía).
La técnica del óleo sobre cobre se usó con relativa frecuencia a mediados del siglo XVI en la pintura italiana y la del Norte de Europa;[8] aunque se había usado con anterioridad, en la Edad Media.[9] Pintores como Jan Brueghel el Viejo, El Greco, Guido Reni, Guercino, Rembrandt, Carlo Saraceni, Ambrosius Bosschaert II, Copley Fielding y Claude Joseph Vernet pintaron sobre cobre. Apreciaban su lisa superficie, que permitía la finura del detalle, y su durabilidad, mayor que la de lienzos o tablas, al no sufrir putrefacción ni ataques de hongos o insectos. También se utilizaba el cobre como componente de la materia pictórica, permitiendo en algunos casos que el metal o la pátina se mostrara a través de ella.[10][11][12][13] Se ha señalado que la técnica de pintura sobre cobre resultó en un mayor craquelado a partir del siglo XVIII, mientras que tal como la realizaron los pintores de los siglos XVI y XVII las grietas son minúsculas, solo visibles con lupa o microscopio estereoscópico.[14]
Los cuadros de cobre de pequeñas dimensiones (pintura de gabinete), que permitían una gran libertad creativa y una buena salida al mercado a los pintores activos en Roma en el siglo XVII (tanto italianos -Guido Reni, Domenichino, Agostino Carracci, Annibale Carracci, Carlo Saraceni- como de origen noreuropeo -por ejemplo, los paisajistas Paul Bril y Adam Elsheimer-), no estaban presentes en la pintura española de la época; con algunas excepciones, como Juan Bautista Maíno.[15][16] También tiene cuadros al cobre José de Ribera (que realiza su obra en Nápoles).[17]
Se ha señalado a Giulio Clovio y a los pintores del llamado círculo de Praga de pintura o escuela de Praga de pintura durante el patronazgo de Rodolfo II (Joos de Momper II, Jan Brueghel y Johann Rottenhammer) como particularmente influyentes en la difusión de la modalidad de pintura sobre cobre; y en una segunda generación, a Jan van Kessel I, Hendrick van Steenwijk y Frans van Mieris. A través de esta tradición en la pintura flamenca, la pintura sobre cobre llegó al arte colonial hispanoamericano.[18]
Los viejos maestros preparaban una lámina o panel de cobre comenzando por frotar su superficie con un abrasivo (como la piedra pómez). Luego se trataba con jugo de ajo, que se creía que mejoraba la adherencia de la pintura. Por último se aplicaba una capa de pintura al óleo gris o blanca como imprimación. Una vez seca, la lámina o panel de cobre estaba lista para recibir las pinceladas del pintor.
Los maestros modernos usan el proceso de pátina, en que el cobre se oxida con el uso de distintas soluciones ácidas, como parte del propio trabajo artístico. La pátina resultante o cardenillo (verdigris) incluye el oscurecimiento del metal, tonos verdes y azules, dependiendo de la solución química utilizada. La pátina se caracteriza por las bellas y variadas tramas y texturas que se generan en la superficie del metal.[13][19][20]
Sobre el cobre se pueden utilizar todo tipo de instrumentos de aplicación de pintura (pincel, brocha, paleta, espátula, spray, salpicadura, etc.)
El cobre siguió utilizándose como soporte, pero con mucha menor frecuencia. La industrialización y normalización de los lienzos los hacía mucho más disponibles y atractivos para los pintores. Entre otros, pintores de los siglos XIX y XX que pintaran sobre cobre fueron: